Luego de disturbios, saqueos en distintas partes del país y un “improvisado” mensaje a la nación a una hora ridícula, nos vemos envueltos en un encierro más ─punto aquí porque esto es lo que más me importa del asunto─.
Supuestamente encierro de un día y disque porque las cosas “se salieron de control”, lo cual es muy extraño en esta bella y normal coyuntura: el dólar se disparó, el kilo de zanahoria siempre ha estado 18 soles y es maravilloso irse a la cama preguntándose cuánto habrá subido todo al día siguiente ─nótese el sarcasmo─.
Después de la desatinada frase de uno de nuestros líderes de Estado “como el pollo ha subido, entonces coman pescado” idéntica a la ignorante María Antonieta “si no tienen pan, que coman pasteles”, nos vemos en una pandemia azotada por un gobierno inútil, mientras que yo, estoy más preocupada porque mi hijo emplumado se acaba de comer medio clonazepam.
Media hora después de despertarse, venir a mi habitación y post desayuno insectívoro fue cuando me di cuenta. Aparte de no haberse comido sus bichos con la voracidad de siempre (y dejar más bien algunos solo partidos como el clonazepam), su pequeño cuerpo lo indujo al vómito. Noté que volaba raro, caminaba chueco y arrastraba una pata. Me hizo recordar al día en que se golpeó la cabeza con el lavadero ─y probablemente hable sobre esta anécdota en otra entrada─ y ese día honestamente casi pasa a mejor vida así que claramente hizo que mis alarmas sonaran a todo volumen. Viré sobre los goznes y ahí estaba en mi mesita de noche rastros de la mentada pastilla, común por no ser de consistencia muy firme, pero no rastro de la pastilla en sí. Busqué en el piso, nada. Y por cómo se estaba comportando, era evidente: Gumi se había comido más o menos 1mg de clonazepam.
Teniendo en cuenta que estamos encerrados y que ningún veterinario se podría arriesgar a salir directo a una posible leva ─ídem conmigo─, me puse a investigar en internet sobre dosis fatales para aves de tamaño pequeño.
Entre lo que se quedaba dormido y ─borracho y todo─ se peleaba con mis palomas, tomaba agua repetidas veces ─Tsugumi es extremadamente inteligente, a pesar de lo travieso─ yo seguía investigando. Suspirando de alivio porque hace falta mucho más para convertirse en una dosis fatal, aparentemente, solo me encuentro sopesando su estado. Ya vuela bastante bien, aterriza mejor y, aunque todavía camina como caballito de paso, ya está queriendo robarse las flores de mi abuelita como de costumbre.
Tenía tantos temas de los cuales escribir, muy probablemente una lista de 15 diferentes temas entre críticas y anécdotas, pero esta se llevó el primer lugar. Pese a no ser una crítica política, sigo descontenta por la situación. En una situación normal habría podido tener la certeza de un veterinario en vez de utilizar internet como guía. Todos sabemos que puede ser ─en algunos casos─ la peor de las ideas. No sé si mis prioridades estén revueltas o qué pero Gumi es parte de mi familia. Y por un momento me puse a pensar, cómo harán las personas con emergencias, hoy. Y si en efecto, tendrá duración de solo un día.
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